Nov 12, 2005

He escuchado como cambian la vida los hijos.
Ella en la clase dice que ya no concibe su vida sin ellos, mientras la maestra añora el (según ella) haber sido tan egoísta. Lamenta en 50 minutos de clase de pedagogía, el no tener a un hijo que la ayude cuando se cae de las escaleras por sus descuidos. Pide a sus alumnas (incluyéndolo a el, quien por su exaltado lado femenino asiente a profundizar en temas sombríos) que lo piensen. Que aprovechen las oportunidades. Que no se vean como ella, (haciendo fila en un banco mientras descubre después de 2 divorcios a quien hubiera sido su primer esposo.) arrepintiéndose de haber permitido que imperara la soberbia mientras compraba su segunda membresía para los cuartos compartidos de sus viajes a Sevilla. Hoy piensa que se arrepiente. Que su casi doctorado no lo vale. Que el tener a sus alumnos sentados escuchando esta historia, tampoco. Su típica historia de amor no me entristece. Tampoco su maternidad fallida. Y su clase aburrida me tiene sin cuidado. Lo que me descompone es su arrepentimiento. El si yo hubiera que hace que le pierda el respeto. Lo que me hace entender el porque de su yogurt y cigarro mezclado. Al final, las verdades siempre escupen en la cara. Viendo a un niño de 6 años llorar de alegría por lo marchito del camino a su falta de casa y por lo fallido de su fe, me doy cuenta que un niño si puede cambiarte la vida.

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